VI Congreso Político - Educativo de la CEA "Bicentenario. Realidad, desafíos y proyecciones"

Este foro se instituye como herramienta de apoyo para el trabajo y debate colectivo de los docentes que integran la CEA (y todos aquellos que quieran acercarse a la mirada que desde aquí proponemos) en pos de la temática de nuestro VII Congreso Político Educativo Educación pública para la inclusión y la participación democrática. Experiencias y compromisos de la escuela de hoy.

18 de junio de 2010

Entrevista con Álvaro Fernández Bravo Por Inés Dussel

De un Centenario al otro
Por Inés Dussel

-Usted estudió la celebración del Primer Centenario en 1910, y señaló que estuvo marcada por su “multiplicación de monumentos, edificios y estatuas”. Esa proliferación de monumentos quiso dejar una huella importante en la memoria colectiva y consolidar una imagen e identidad de la nación. ¿Qué elementos destacaría de esos festejos de 1910? ¿Cuál era el relato predominante sobre la nación?

El Primer Centenario de la Revolución de Mayo, conocido hasta ahora como Centenario a secas, es un período que ha recibido una atención bastante intensa desde la historia cultural. Los ensayos de José Luis Romero, Adolfo Prieto, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, y Adrián Gorelik se han detenido en el período como un momento de condensación simbólica que se reconoce en la producción de un conjunto de ensayos y obras literarias que revisan y evalúan la posición de la nación en relación con los principios bajo los cuales fue fundada. Se trata también de un momento de proliferación de monumentos conmemoratorios en una ciudad que no tenía demasiados. La palabra monumento (del latín monumentum, recordar) está asociada con la pedagogía y la fijación en la cultura material, preferentemente arquitectónica, de la memoria colectiva.

La práctica de los monumentos en el espacio urbano es en realidad relativamente reciente. Comienza, como los museos, con la Revolución Francesa. La demolición de la Bastilla, en 1790, es el primer acto público que refiere el monumento; hay culturas como la japonesa que tienen un concepto muy distinto de la preservación de la memoria colectiva. Hacia fines del siglo XIX los monumentos se expanden en todo el mundo. Italia, por ejemplo, establece jurisdicción sobre el patrimonio nacional en 1909, es decir muy cerca de la celebración del Centenario en la Argentina.

Se trata de un momento en el que las ferias y exposiciones eran un tipo de expresión pública bastante difundido, en particular las Exposiciones Universales que tuvieron lugar en Europa y los Estados Unidos. En América Latina se buscó conmemorar los centenarios -como en Brasil, Argentina y Chile- con celebraciones de un tenor semejante: fiestas públicas, edificios y palacios, participación de delegaciones extranjeras (a Buenos Aires concurrió la Infanta Isabel de Borbón, de España, y Georges Clemencau, primer ministro de Francia, que escribió un relato interesante sobre su visita). Tuvieron lugar simultáneamente debates de ideas, en los que escritores a menudo críticos y hostiles a la celebración, dejaron su testimonio.

En Brasil me interesaron las intervenciones de Lima Barreto, un escritor mestizo, cronista de prensa, que reacciona escandalizado por el gasto de dinero y la transformación de Río de Janeiro para las celebraciones del centenario en 1922.

El Centenario me parece relevante en el caso argentino por dos razones: por la presencia de la literatura y de los escritores como observadores y por los debates en torno a la cultura material. Hay un objeto muy tangible: la ciudad, los edificios, el gasto, la política pública en su manifestación arquitectónica. El materialismo de las exposiciones y celebraciones de los centenarios resultó escandaloso. Uno de los casos más conocidos y estudiados es el del libro de Manuel Gálvez El diario de Gabriel Quiroga, publicado en 1910 (y reeditado recientemente con una introducción de María Teresa Gramuglio) donde Gálvez compara a la ciudad cosmopolita con una prostituta. Como con las Ferias Mundiales -criticadas por autores como Gustave Flaubert, Fiodor Dostoievski, Charles Baudelaire o, entre los latinoamericanos, Horacio Quiroga, Rubén Darío y Paul Groussac, autor francés radicado en la Argentina- también en América Latina la crítica se deposita sobre la fachada, la escenografía, y se identifica a la ciudad como una falsificación y un ocultamiento de los problemas sociales. La condición crítica del Centenario tiene varios focos.

Por un lado las ferias representan la modernidad, con todas sus pesadillas: las masas que concurren a los festejos, la democracia con sus ecos de hegemonía del común sobre las elites letradas que pierden parte de su poder, la multitud como monstruo y una evaluación negativa que, en el caso de la Argentina, toma el problema del cosmopolitismo como eje. Aquí se produce un viraje importante, porque el cosmopolitismo queda identificado con una desnacionalización, cuando los padres fundadores, Sarmiento y Alberdi, habían encontrado en la inmigración un recurso deseable para modernizar el país y combatir la barbarie.

Ahora los extranjeros se han convertido en un peligro. Las primeras estatuas en una ciudad que carecía de ellas, son las que erigen las colectividades inmigrantes para homenajear a sus héroes, como Garibaldi en Plaza Italia. Eso genera indignación y una exhortación a lo que Ricardo Rojas, en el libro publicado en 1909 llamó La restauración nacionalista. En ese libro, en el capítulo que titula “La pedagogía de las estatuas”, Rojas recomienda poblar la ciudad de esculturas de héroes cívicos nacionales como una forma de promover el culto de la nacionalidad y desplegar una política educativa usando las plazas como escenarios y teatros. En forma simultánea, muchos de los monumentos alusivos fueron donados por las comunidades extranjeras: la Torre de los Ingleses en Retiro -que todavía subsiste- o el Monumento a los Españoles en la Avenida Sarmiento dan cuenta de ese recuerdo.

Junto al libro de Rojas se escribieron otros, todos de enorme interés para reconstruir el período, muchos de ellos resultado de encargos realizados por el Ministerio de Educación. El libro de Ernesto Quesada, La enseñanza de la historia en las universidades alemanas (La Plata, Universidad Nacional de La Plata, 1910, 2 vol.), el de J. P. Ramos, Historia de la instrucción primaria en la Argentina 1809-1909, Atlas escolar (Buenos Aires, Peuser, 1910) y la Didáctica de Leopoldo Lugones (Buenos Aires, Otero y Cía., 1910), son solo algunos ejemplos de la producción intelectual subvencionada por el Estado, destinada a reflexionar sobre la situación del país con un ojo puesto en la educación y otro en la cultura. El relato no era necesariamente celebratorio, pero tenía una densidad simbólica que hoy resulta difícil encontrar.

Para seguir leyendo esta entrevista: http:// www.me.gov.ar/monitor

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